miércoles, 12 de diciembre de 2012

[Sin Título]

¿Qué va a pasar el día que me canse de entenderte?
¿Qué va a pasar el día que mis palabras no quieran más justificarte? 
El día que algo dentro se rompa y todo quede al descubierto.
¿Qué va a pasar el día que mi razón no encuentre más explicaciones? 
El día que nuestra verdad se revele y ese miedo tan grande nos persiga ya sin máscara.
¿Qué harás el día que yo me haya ido y tu propia negación te aisle del mundo? 
¿Qué haré el día que no tenga más motivos para seguir ahí?
¿Qué va a pasar si al final todo ha sido un sueño? 
Ese sueño que viene y va; dejando un rastro inconfundible, un sabor agridulce. 
¿Qué va pasar el día que por fin entendamos por qué no somos el uno para el otro?

viernes, 20 de julio de 2012

Textos Turísticos de Jorge Ibargüengoitia

DEPORTES ACUÁTICOS


Esto que escribo está dedicado a las personas que, como yo, gustan de ir al mar, pero le tienen un poco de respeto, prefieren quedarse donde alcanzan fondo, les da flojera nadar diez kilómetros para llegar a una isla desierta, no quieren hacer el ridículo aprendiendo a esquiar, no tienen dinero para alquilar un paracaídas con una lancha que lo arrastre, no saben velear ni tienen ganas de aprender, ni les interesa sumergirse hasta el fondo del mar para ver botellas vacías. Los deportes acuáticos a que voy a referirme son mucho más sencillos y mucho más originales. En realidad son cosas que todos hacemos consciente o subconscientemente, nomás que no nos hemos dado cuenta de lo deportistas que somos. 

      El rey de los deportes acuáticos, o más propiamente dicho, de playa, es el concurso de belleza. Es un deporte en el que todos participamos, queriendo o sin ganas, como competidores y como jueces. Es un deporte muy sencillo y muy divertido. Se puede hacer sentado en una silla de playa, caminando, o tumbado sobre la arena. Consiste en lo siguiente: hay que discernir quién es el más deforme de todas la personas que están en cien metros de playa. Una vez hecho esto, hay que encontrar quién el que lleva el traje de baño más ridículo. Después, quiénes están más feos que uno, y quiénes menos feos. Quién nada peor, clasificando a los nadadores según su estilo: el que se sienta en la orilla del mar a tomar baños de arena, el que se agarra de su mujer para que a los dos los arrastre una ola, el que nada volteando la cabeza como si alguien a su espalda le estuviera hablando, el que cree que es indispensable nadar diez kilómetros todos los días para conservar la salud, etc. A los que consideran que este deporte no es caritativo, hay que recordarles que a ellos también les están juzgando. 

      Otro deporte muy socorrido consiste en llevar cosas inútiles a la playa. El que más lleva, gana. Algunos consejos para los que no tienen imaginación: llevar anteojos negros, sombrero ancho, un reloj que no sea impermeable, dos toallas, para que se llenen de arena, un petate, un pelota de plástico, palitas y cubetas para los niños, una caja de hielo y cervezas, pero sin abridor, radio de transistores, una mascarilla para ver pasar kleenex por el fondo del mar, una llanta, aparte de las que tiene uno en el cuerpo, un colchón neumático, un sombrero de encaje, bata para salir del mar, y si es posible, un papalote... Ah, y se me olvidaba: una novela policiaca. Si a esto se agrega olvidarse de llevar dinero para pagar las sillas, gana uno el campeonato. 

      Para los padre de familia hay montones de deportes acuáticos. Uno, el más bello, consiste en creer que sus hijos son grandes constructores y que van a hacer castillos de arena. Para eso son las palas y las cubetas. En cuarenta y tantos años de vida no he visto un solo castillo. Los niños hacen un agujero en la playa, llenando de arena a los vecinos de silla, y los padres siempre dice:

 -¡Niños, que no eches la arena pa'llá!

      Otro deporte consiste enseñarles idioteces a los niños. Cuando pasa un pelicano, el padre explica:

-Mila. Uno pollito.
      
      En el momento de llegar al mar, el padre debe decir:

-Mira. Agüita.

      También es interesante obligar a los niños a que se vuelvan verdaderos delfines llegando al mar. Para esto, se les dota de llanta, chaleco salvavidas, y sombrero, se les toma de la mano y se les arrastra mar adentro, aunque lloren. 
      
      Para lucirse en la playa, no hay como jugar futbol entre los bañistas. Es algo que llama la atención y levanta mucho el ánimo de todos los presentes. Como no se sabe dónde está la meta, nadie gana y todos hacen el ridículo parejo. Como se juega descalzo, la pelota toma caminos insospechados, permitiendo a los jugadores establecer nuevas relaciones humanas. A veces la pelota cae en el mar, espantando a una señora que cree que lo que está viendo es un pulpo; a veces, sobre la cabeza de una abuelita que está rezando el rosario  mientras sus nietas torean las olas; otras, sobre un plato de camarones que costó quince pesos. Pero donde quiera que caiga la pelota, el jugador de futbol dirá siempre:

-¡Bolita, por favor! 

       Otro deporte fantástico consiste en llegar al mar corriendo, pegar un brinco y quedarse clavado en la arena. O meterse en el agua hasta la rodilla, y voltear, sonriendo y abriendo los brazos, como un cirquero que acaba de hacer una suerte. O salir del mar sonándose las narices y enjuagándose después las manos en la solas. O bien, cuando está uno nadando, echar un chorrito de agua por la boca cada vez que pasa alguien cerca. O jugar carreras con alguien que no sabe nadar. O tranquilizar a señoras gordas que creen que se están ahogando diciéndoles:

-Mire. Yo estoy parado.

        También puede uno irse mar adentro - que queda a cincuenta metros de la playa -, quedarse allí flotando como boya; un rato de muertito, otro, boca abajo, otro más de perrito, y después regresar a tierra, salir del mar sofocado, dejarse caer en una silla y pedir una cerveza helada

sábado, 7 de abril de 2012

...

Empiezo a creer que esto es absurdo e inútil, yo no puedo hacer nada ante lo que sucede, soy como un espectador inservible.

A veces siento que sería mejor si alguien más lo hiciera por mí, yo no tendría que preocuparme de nada y solo aceptaría la disposiciones de otra persona; sin embargo, creo que no podría.

Es cuando me cuestiono, ¿de qué sirve tener un espíritu emprendedor, que desea ser libre, si vive asustado y con dolor?

No quiero este espíritu si no seré capaz de hacerlo feliz, no quiero esta vida si no soy capaz de amarla.

He decidido darme una oportunidad y apenas corre el segundo año de ese plazo, si las cosas no mejoran para el termino, creo que mi destino esta sellado.